Es inútil decir a nuestros lectores, y sobre todo a nuestras lectoras, que desde aquella tarde, y sin más explicaciones, se estableció una amistad regular y de las más estrechas, entre Juana de Maurescamp y Jacobo de Lerne.
Juana entró desde entonces en una nueva faz de su vida, llena de delicias. Sentíase renacer; volvía a tener ilusiones, creencias, y esos impulsos entusiastas que habían encantado su juventud; recobraba sus alas. Veía realizado su sue?o en aquel sentimiento que la ligaba para siempre al se?or de Lerne. Sus almas habíanse tocado en un momento dado, en puntos tan sensibles y delicados, que habían quedado como imantadas. No tardaron en convencerse ambos de que sólo vivían en aquellos momentos en que se hallaban juntos. Comprendíalo ella en la radiante expresión de Jacobo, así que la veía, en la tierna expresión de su voz, en la presión suave y respetuosa de su mano. Veía su empe?o en encontrarse con ella siempre que podía, sin comprometerla, y estábale reconocida, tanto por sus demostraciones como por sus escrúpulos. Notaba que sus gustos habían cambiado y que se había hecho mundano para complacerla, más que todo, por su lenguaje y maneras reservadas para con ella. Jamás una palabra de galantería, pero sí una confianza absoluta y la deferencia lisonjera de elevar la conversación cuando se dirigía a ella, demostrándole de ese modo tan galante, sin decirle una palabra, que con ella no podía hablarse vulgaridades como a las demás, porque estaba mucho más arriba de todos y de todas.
Un día supo que había roto sus relaciones con Lucy Marry. Tal noticia, la encantó y la alarmó al mismo tiempo. Aquel sacrificio, hecho en honor suyo, ?no la comprometería demasiado? Reprochose tomarle toda su vida, cuando ella no podía consagrarle la suya. Para tranquilizar su conciencia, resolvió heroicamente volver a impulsarle al matrimonio, empleando toda su elocuencia. Recordole en consecuencia, que su misión era casarle, que eso para ella era una cuestión de honor.
-Por otra parte-a?adió-, cierta tarde me habéis expuesto unas teorías sobre el matrimonio, que me parecen muy edificantes; sería lástima que tan bello programa no se convirtiese en realidad, alguna vez siquiera en la vida.
-?Pero no veis que trato de realizarlo con vos?
Ruborizose la joven mirándole con cierta timidez.
-Supongo que no temeréis nada, tengo a vuestro hijo entre los dos. Aunque no lo quisiera, no podría ser sino vuestro amigo, lo demás sería deshonrarme ridículamente a vuestros ojos y a los míos. Sería un verdadero tartufo... ya veis que es imposible...
-?Gracias a Dios! Pero paréceme a mí imposible que la amistad pueda únicamente llenar la vida de un hombre. Considerome cruelmente egoísta en usurpar vuestra existencia por tan poco.
-Se?ora-contestó alegremente Jacobo-, no os aflijáis por eso; os aseguro que no soy digno de lástima. Tengo algo de místico, y en otros tiempos hubiera hecho como algunos jóvenes, que a consecuencia de ciertas tempestades de la vida, se encerraban en un claustro o en las Tebaidas del Port-Royal. Y por cierto que ellos no encontraban una amiga como vos. Os lo digo, seriamente, vos sois para mí, mi refugio y mi salvación. Hay todavía en mí un desborde de vida, del que he podido tomar mi parte, pero al fin, estoy saciado... Saciado hasta el extremo. Sentíame como sumergido en el fango... En una palabra, ansío un ideal elevado y aun austero, y lo encuentro en el sentimiento que experimento por vos; y este sentimiento, que es el amor, mucho me lo temo, es también una religión. Pero podéis estar tranquila, y sobre todo... sed feliz. Amadme un poco y no hablemos más de esto. Voy a leeros una página de vuestro querido Tennyson, el más casto de los poetas. No puede venir más al caso.
Otra noche, algunos meses después, era ella quien tranquilizaba al joven. Debía ella partir a la ma?ana siguiente con su madre y su hijo para Dieppe, donde iba a pasar algunos días. El se?or de Lerne había ido a despedirse. Aunque la separación debía ser corta, no le fue dado dejar de sentirse emocionada y sin fuerzas. Temiendo manifestar demasiado sentimiento, llevó la reserva hasta mostrarse fría. Admirado de su actitud concentrada y algo burlona, el se?or de Lerne púsose también silencioso y disgustado. Cuando se dieron la mano para despedirse, notó Juana en su mirada una singular expresión de inquietud y desconfianza.
-Apuesto-dijo la joven sonriendose-que adivino vuestro pensamiento.
-Veamos.
-Os preguntáis si no voy yo a decir a mi turno como aquella dama: ??Adiós, imbécil!?
-Es cierto... y en verdad que tendríais razón para hacerlo, pero somos un par de locos.
-?Ah! ?Desgraciado! no digáis eso... no lo penséis siquiera... ?Os estoy tan agradecida, por el contrario! ?Os debo tanto, amigo mío!... Mirad, os voy a decir una cosa que os sorprenderá mucho... según creo, pero en fin, voy a decírosla... pues bien, vos me habéis salvado. ?Sin vos, estaba perdida!... Ahora podéis estar seguro de que no deseo perderme con vos... ?Ah, amigo mío, caeríamos de tan alto! Pensadlo bien... Seríamos mil veces más culpables que otros, nos envileceríamos... ?No es verdad? Quedémonos, pues, donde estamos... Os amaré más, os estimaré, os bendeciré, amigo mío, desde el fondo de mi alma, y, ahora, adiós, querido imbécil. Escribidme.
Era así como se fortalecían mutuamente cuando se sentían débiles.
Empe?ada en dar a sus relaciones un carácter cada vez más serio y elevado, la digna joven habíale pedido a Jacobo que le trazase un plan de estudios y lecturas. Decía que aquello era para que él no se aburriese demasiado a su lado. Jacobo pasó el tiempo de su ausencia ocupado en formarle una biblioteca en que los escritores del siglo XVII tenían una colocación especial, entre las obras de crítica moderna, y las numerosas colecciones de Memorias históricas. Esto fue el asunto de su correspondencia durante la permanencia de Juana en Dieppe. A su vuelta, consagrose a su biblioteca con ardor, y desde entonces hubo un lazo más entre ellos, el del discípulo con el maestro, porque el se?or de Lerne, que era instruido y letrado, era para la joven un guía y un comentador, del mismo género. Desde entonces, sus conversaciones, sus admiraciones simpáticas, y aun sus discusiones sobre literatura o historia, a?adieron mayor interés a su tierna intimidad.